20.1.18

El hombre loco

Friedrich Nietzsche,
'La Gaya Ciencia', Afor. 125.


¿No habéis oído de aquel hombre loco que una luminosa mañana encendió un farol, corrió al mercado y se puso a gritar incesantemente: «¡Estoy buscando a Dios!, ¡estoy buscando a Dios!».

Justo allí se habían juntado muchos de los que no creían en Dios, por lo que levantó grandes carcajadas.

¿Acaso se te ha extraviado?, dijo uno. ¿Se ha perdido como un niño?, dijo otro. ¿O es que se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se ha embarcado? ¿habrá emigrado?: así gritaban y se reían todos a la vez.

El hombre loco se puso de un salto en medio de ellos y los taladró con su mirada.

«¿Adónde se ha marchado Dios?», exclamó, «¡os lo voy a decir. Lo hemos matado, ¡vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos sus asesinos! Pero ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos ha dado la esponja para borrar todo el horizonte? ¿Qué hemos hecho cuando hemos soltado la cadena que unía esta Tierra con su sol? ¿Hacia dónde se mueve ella ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros? ¿Nos vamos alejando de todos los soles? ¿No estamos cayendo sin cesar? ¿Hacia atrás, hacia un lado, hacia delante, hacia todos los lados? ¿Sigue habiendo un arriba y un abajo? ¿No vamos errando como a través de una nada infinita? ¿No notamos el hálito del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene continuamente la noche, y más y más noche? ¿No es necesario encender faroles por la mañana? ¿No oímos todavía nada del ruido de los enterradores que están enterrando a Dios? ¿No olemos todavía nada de la pudrición divina? ¡También los dioses se pudren! ¡Dios ha muerto! ¡Dios seguirá muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo consolarnos, nosotros asesinos de todos los asesinos? Lo más santo y más poderoso que el mundo poseía hasta ahora se ha desangrado bajo nuestros cuchillos, ¿quién nos limpiará de esta sangre? ¿Con qué agua podríamos purificarnos? ¿Qué ceremonias expiatorias, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de esta hazaña demasiado grande para nosotros? ¿No tenemos que convertirnos nosotros mismos en dioses para parecer dignos de ella? No ha habido nunca hazaña mayor ¡y quienquiera que nazca después de nosotros formará parte, por causa de esta hazaña, de una historia superior a toda la transcurrida hasta ahora!»

Aquí el hombre loco se quedó callado y volvió a dirigir la vista a sus oyentes: también ellos callaban y lo miraban extrañados.

Finalmente, tiró su farol al suelo, de modo que se hizo pedazos y se apagó.

«He venido demasiado pronto», dijo después, «no es todavía mi momento. Este acontecimiento enorme está todavía viniendo y de camino, y no ha llegado aún a oídos de los hombres. El relámpago y el trueno necesitan tiempo, la luz de las estrellas necesita tiempo, las hazañas necesitan tiempo, también después de hechas, para ser vistas y oídas. Esta hazaña sigue siendo para ellos más lejana que las más lejanas estrellas, ¡y sin embargo la han hecho!».

Se cuenta además que ese mismo día el hombre loco se metió en diferentes iglesias y que en ellas entonó su requiem aeternan deo. Llevado fuera e interrogado, se dice que sólo repuso esto: «¿Qué otra cosa son aún estas iglesias que tumbas y estelas funerarias de Dios?».