30.9.17

Traducciones

Traducciones. Se puede estimar el grado de sentido histórico que posee una época viendo cómo esa época hace traducciones y trata de asimilar épocas y libros pretéritos. Los franceses de Corneille, y todavía los de la Revolución, se apoderaban de la Antigüedad romana con un atrevimiento que nosotros ya no tendríamos: gracias sean dadas a nuestro superior sentido histórico. Y la Antigüedad romana misma: ¡qué violentamente y, al mismo tiempo, ingenuamente, le ponía la mano encima a todo lo bueno y elevado de la Antigüedad griega, que era más antigua que ella! ¡Cómo la introducían, al traducirla, en la actualidad romana! ¡Cómo hacían, a propósito y despreocupadamente, que la mariposa instante perdiese el polvo de sus alas! Así era como Horacio traducía aquí y allí a Aloco o a Arquíloco, y Propercio a Calímaco y a Filetas (poetas del mismo rango que Teócrito, si se nos permite juzgar): ¡qué les importaba que el creador propiamente dicho hubiese experimentado esto y aquello y hubiese dejado escritas en su poema las señales de ello! En tanto que poetas, no velan con buenos ojos el espíritu venteador y como de anticuario que precede al sentido histórico, en tanto que poetas no dejaban estar esas cosas y nombres enteramente personales y cuanto era propio, como traje y máscara, de una ciudad, de una costa o de un siglo, sino que ponían en su lugar con toda presteza lo actual y lo romano. Parecen preguntamos: «¿No vamos a hacer lo antiguo nuevo para nosotros y componemos a nosotros en lo antiguo?, ¿no nos va a ser lícito insuflar nuestra alma en ese cuerpo muerto?, pues de lo que no cabe duda es de que está muerto: ¡qué feo es todo lo muerto!». No conocían el disfrute del sentido histórico; lo pretérito y ajeno era para ellos penoso, y, en su calidad de romanos, un estímulo para una conquista romana. Se conquistaba entonces cuando se traducía, en verdad, y no era solo que se dejase fuera lo histórico: no, se añadía la alusión intencionada a lo actual, sobre todo se tachaba por completo el nombre del poeta y se colocaba el propio en su lugar, y no con la sensación de estar cometiendo un hurto, sino con la mejor de las conciencias del imperium Romanum.

F. Nietzsche, 'La Gaya Ciencia', afor. 83.